Comentario
Hemos de entender esta primera economía neolítica como una economía esencialmente de subsistencia en sus fases iniciales. Desde el punto de vista ecológico y económico, el fenómeno de la domesticación animal y vegetal, y el correspondiente desarrollo de una economía de producción de alimentos, son las cuestiones más significativas e importantes de la neolitización.
Respecto a los periodos anteriores, está demostrado que ya desde el Neolítico Inicial se llega a una modificación del patrón de explotación de estos recursos. En conjunto, tanto por lo que se refiere a los animales como a los vegetales, el peso real de la domesticación aparece junto con todo el resto del sistema tecnocultural neolítico. Pero siempre habrá que tener en cuenta que las estrategias de explotación de un territorio concreto dependerán, en última instancia, de muchos factores que escapan a la dinámica general (marco paleoecológico regional-local, patrones de asentamiento, funcionalidad de las ocupaciones), y que será entonces cuando aparecerán las excepciones, explotación complementaria y equilibrada de múltiples recursos, predominio de las actividades de la ganadería en detrimento de las prácticas agrícolas...
Así pues, se ha podido observar que en el caso de las especies animales no existen los agriotipos salvajes de la oveja ni de la cabra; del caballo, de domesticación más tardía excepto algún caso problemático (Cova Fosca), tampoco se conoce su agriotipo en la Península. Contrariamente, se documentan el antecedente salvaje del perro (Canis lupus), el del buey (Bos primigenius, uro) y el del cerdo (Sus scrofa, jabalí). No obstante, sobre estas dos últimas especies no se puede, en el estado actual de la documentación, corroborar con certeza su domesticación autóctona in situ.
Hemos de considerar que los casos que sirven a algunos investigadores para plantear una domesticación animal en contextos no neolíticos son más bien locales y que difícilmente pueden utilizarse como modelo explicativo general: podríamos pensar que a lo largo del Epipaleolítico Final o Mesolítico Geométrico, en puntos muy concretos, se están desarrollando las condiciones apriorísticas para la domesticación de la fauna salvaje, o bien que se producen experimentaciones y cambios en la explotación de estos recursos y en las mismas actividades cinegéticas (por cuestiones ecológicas o bien por estrategias de subsistencia que desconocemos). Esta situación tendrá su reflejo en la distribución de los yacimientos y en la plasmación de ciertos datos en el registro arqueológico. Así pues, en algunos yacimientos podemos encontrar la caza de ciervos y cabras de pequeño tamaño (Zatoya, en Navarra), la caza especializada del ciervo durante el Asturiense o bien de la cabra en la zona del Macizo Mondúver (Valencia).
De la fauna doméstica cabe destacar el predominio de los ovicápridos (por ejemplo, Les Guixeres de Vilobí y La Cova del Frare, en Cataluña; Cueva de Chaves y Espluga de la Puyascada, en Aragón; Cova de la Sarsa, en el País Valenciano; Cueva de la Carigüela, Cueva de Nerja y Cueva de Mármoles, en Andalucía), seguidos del cerdo, los bóvidos y el perro. La caza tendrá una importancia desigual según las zonas y los nichos ecológicos, pero en general sobresale el ciervo (que tiene un papel más importante y que en según qué conjuntos representa la máxima aportación cárnica incluso respecto a las especies domésticas), la cabra montés, el jabalí, el corzo, el uro, el conejo y el caballo. Estos animales no sólo son rentables por la carne: también proporcionan pieles, cueros, cornamentas, etc.
También la pesca se ha podido documentar, e incluso con alguna aportación de peso a la dieta alimentaria como sucede en la Cova de les Cendres (País Valenciano) o en el sur de Portugal (área litoral de Sines). Justamente en esta última zona la base económica, sobre todo a partir de pruebas indirectas, englobaría a parte de la pesca, la caza y la recolección de moluscos marinos. De todas maneras es difícil fijar con seguridad algunos aspectos de este sistema de obtención de recursos alimentarios, ya que el tipo de substrato geológico donde se localizan la mayor parte de los yacimientos no permite la conservación de los restos óseos (suelos ácidos).
Por último, probablemente existieron formas complementarias aunque elementales de producción de alimentos. En efecto, a la biomasa animal antes examinada hace falta añadir la recolección complementaria de los moluscos marinos, terrestres y de agua dulce: al margen de su aportación alimentaria, en general de baja incidencia (Cova de les Cendres), pero con algunas excepciones significativas (Vale Pincel I y Salema, en el sur de Portugal), su presencia responde mayoritariamente a su uso como materia prima para la fabricación de objetos de adorno. Su importancia rebasa el marco litoral mediterráneo e incluso se introduce por las tierras del interior (yacimientos como la Cueva de Chaves y Abrigo de Costalena, en el Bajo Aragón; Cueva del Agua, en Granada; Abrigo de Verdelpino, en Cuenca; Abrigo del Barranco de los Grajos, en Murcia; etc.), y hasta encontramos algunas de las especies (la Columbella rustica) en contextos cronológicos anteriores (en Navarra -Cueva Zatoya- y en algunos yacimientos de la Cataluña francesa).
El caso de la domesticación de las especies vegetales presenta menos controversia dada la coincidencia de los investigadores en considerar que las primeras plantas cultivadas en la Península aparecen como resultado de la introducción de las especies cerealísticas dado que no existen sus antecesores silvestres. En cuanto a las leguminosas, la documentación es aún demasiado reducida para iniciar un debate similar al observado para las regiones del sureste francés, donde se atestigua su consumo por parte de las poblaciones cazadoras-recolectoras. Las prácticas agrícolas se concentran, en estos momentos iniciales del Neolítico, en dos géneros específicos que se complementan de forma equilibrada: trigo y cebada, con una rica variedad de especies como la esprilla, la escanda, el trigo común o la cebada desnuda y cebada vestida, que aparecen documentadas a lo largo del V milenio en yacimientos como, por ejemplo, la Cova de l'Or (Alicante), la Cueva de los Murciélagos de Zuheros y Cueva de Mármoles (Córdoba), y la Cova 120 (Sales de Llierca, Girona).
Como complemento de esta dieta vegetal mayoritariamente representada por los cereales no se puede olvidar la presencia, en algunos yacimientos, de leguminosas (Vicia sp., por ejemplo, en Cova 120, Girona), o de frutos silvestres (bellotas en Cova de l'Or y Cueva de los Murciélagos). La progresiva identificación de nuevas especies de leguminosas (habas, lentejas, guisantes) en el registro podría llevar a una mejor comprensión de las prácticas agrícolas y de su comportamiento respecto al cultivo de los cereales, aunque en la actualidad los datos son extremadamente fragmentarios y poco significativos para interpretaciones globales.
Debido a la heterogeneidad de los datos paleocarpológicos o paleoecológicos en general e incluso al bajo número de estudios especializados realizados al respecto, a menudo la reconstrucción de las actividades agrícolas que se introducen con la neolitización se sirve de las evidencias indirectas. Ya desde los inicios del Neolítico se localizan diversos instrumentos, materiales y estructuras relacionadas con el cultivo cerealístico: pesos de palo de cavar, azuelas (sobre materiales pétreos duros, también podían ser utilizados para el trabajo de la madera, junto con los cinceles), armaduras de hoz (hojas o fragmentos de hojas de sílex, con o sin truncatura retocada, que presentan lustre de cereal), molinos de mano, hachas (su fabricación combina el piqueteado con el pulimento y se usarían principalmente para la deforestación) y grandes recipientes cerámicos o estructuras en fosa excavadas (silos) en el subsuelo de cavidades o al aire libre, para el almacenaje de grano.